Lo que el voto se llevó: nuestra política frente a sus elecciones

El ritmo frenético de nuestras vidas nos ha alejado de los demás: ahora no sólo no conocemos a nuestros/as vecinos/as sino que es posible que antes de despertarnos simpatía nos den miedo. Igualmente nuestros/as compañeros/as de trabajo son seres a superar, con los que competir y no personas en las que apoyarnos para mejorar. Esta ruptura entre las personas, este aislamiento, potenciado por los sucesos que salpican a diario los medios de comunicación, es enemiga de nuestra vida.

Normalmente estamos rodeados/as de personas y, si nos arriesgásemos a conocerlas un poco mejor, descubriríamos que tienen inquietudes y problemas, muchas veces parecidos a los nuestros: un trabajo que les acapara y explota, una familia a la que no dedican el tiempo que les gustaría, poca diversidad en los momentos de ocio… Estas problemáticas comunes pueden traducirse en un mismo frente de lucha.

Ante toda esta realidad no nos queremos quedar sólo en la abstención, en la pataleta de un día y la queja de los siguientes cuatro años. Así las cosas no cambian y nuestra mala hostia crece pero no la sacamos; nada productivo sale de ahí. Una vez que empezamos a entrever el problema hay que buscar las soluciones, hay que caminar en la senda de la construcción de la realidad que nos gustaría vivir. Si tenemos claro lo que sus elecciones y su democracia no nos dan, tendremos que tomarlo nosotros/as, tendremos que empezar por poner en práctica aquello que sus charlatanes/as obvian: las cosas concretas, el diálogo, el trabajo colectivo, las relaciones humanas reales, el cara a cara. Nuestros problemas y los de nuestros/ as vecinos/as no son tan diferentes: saltemos ese obstáculo mental que nos hemos forjado desde pequeños/as y volvamos a con’ar en las relaciones humanas, en el semejante, tratemos de volver a recuperar lo comunitario, lo convivencial.

Vemos imprescindible, por tanto, avanzar en nuestra la organización en común, en generar espacios de debate, de re4exión, de intercambio de opiniones, ideas y experiencias. Utilizar la asamblea y la a’nidad como motores de lucha y de crecimiento colectivo, los problemas son miles y las posibilidades de afrontarlos en común inmensas. Potenciar espacios donde poder relacionarnos, donde poder crear formas de comunicación y acción realmente nuestras, alejadas de su representatividad, de sus mayorías y minorías, de sus cuotas de poder o de la servidumbre a intereses alejados de nosotros/as. Si algo queremos cambiar, tenemos que mojarnos y hacerlo nosotros/as mismos/as, entre todos/as, pero a través de nuestra iniciativa.

Autoorganización y lucha, dos conceptos que no tienen que sonarnos a pajas mentales ni a lejanas utopías, son prácticas que se generan en el día a día, que siempre han estado ahí. Nuestro pasado y nuestro presente están plagados de estos pequeños o grandes gestos subversivos. Ahora se ven con las asambleas en las plazas de nuestros barrios, con discusiones y debates entre vecinos/as, con comidas populares o con nocturnas marchas por la ciudad; pero hace años (no muchos) surgieron de la mano de localizados con4ictos vecinales, por simples parkings o constantes abusos policiales, y hace algunos años más, posibilitaron grandes huelgas en pro de a’anzar y avanzar en nuestras libertades. Nosotros/as entendemos estas prácticas como posibles (y aconsejables) a gran escala, para organizar toda nuestra vida, todas nuestras necesidades, pero claramente no estamos aún en ese punto, lejano todavía. Estamos a la defensiva, con un contexto socio-económico que nos avasalla, que nos gana terreno por todas partes (en materia laboral, educativa, sanitaria…), y es en este contexto en que estas prácticas las seguimos viendo como útiles, como una forma bastante pragmática de afrontar el presente, de afrontar recortes, despidos, desahucios y todo el sinfín de mierdas en las que estamos metidos/as. El debate, la discusión, la resolución colectiva de trabas, como método de afrontar unidos/as los problemas, de conseguir apoyarnos entre todos para que nadie caiga, para aprender a ganar y a no dar un paso atrás. Que nadie esté arriba ni nadie esté abajo, de tal forma que caminemos unidos/as.

¡Todo el poder para las asambleas!

Borroka da bide bakarra!!

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El gran golpe: la democracia parlamentaria como sistema de dominación

La participación política entendida en su sentido más tradicional: no sólo voto, sino activismo político, participación en la toma de decisiones, etc. desde hace años ha experimentado una profunda caída en sus términos más generales. Este desinterés, especialmente extendido entre la población más joven, estaría en la base de la despolitización de la vida social, del tiempo de indiferencia en el que vivimos.

La democracia parlamentaria tuvo desde sus inicios una concepción del ejercicio político excesivamente institucionalista, sacando la actividad política de la calle, profesionalizándola y llevándola a sus grandes edi’cios exclusivos. Se partió de una visión de arriba abajo que centró exclusivamente las formas de participación en los partidos y las elecciones. El delegacionismo es, pues, consecuencia de una política alejada, en el fondo y en las formas, de las preocupaciones cotidianas, de aquellas que nos atañen a nosotros/as y a las personas con las que nos cruzamos en el metro o esperamos al verde del semáforo.

Pero, a pesar de que nos hayan educado en este delegacionismo (representación de estudiantes, delegados/as de curso, consejo escolar, presidentes/as de la comunidad de vecinos/as, representación de trabajadores/as….) haciéndonos creer esta metodología de participación como la única viable e inevitable, ésta no es más que es una práctica política muy bien pensada que responde a unos orígenes e intereses. El delegacionismo -votamos y nos desentendemos, muchas veces irresponsablemente- al que se ve reducida la democracia tiene mucho que ver con el estilo de vida que impone la sociedad capitalista en la que estamos inmersos, basada principalmente en una individualización de los sujetos y eliminación de todo tejido social debido a la fragmentación/especialización del mercado laboral. Todo esto unido a la esclavitud laboral que sufrimos y que sólo nos deja tiempo para pensar en facturas e hipotecas, refuerza la idea de la individualización/atomización y con ella, la aceptación de la imposibilidad o impotencia, llevándonos a un inevitable delegacionismo y titiriteo político.

Sin títuloS

Hemos perdido el espacio de la política como campo donde se deciden los asuntos que atañen a la comunidad, hemos perdido la política como espacio común. Lo común no se opone a lo propio, sino a lo privado. Lo común es lo que me pertenece como propio pero no en exclusiva, y por ello no están “privados/as” los/as demás de tenerlo también como propio. El neoliberalismo imperante en los últimos años nos hizo pensar en términos de individualismo posesivo. Privatizamos todo. Perdimos el sentido de lo colectivo y de lo común, y como consecuencia privatizamos también la política. Los partidos se profesionalizan transformándose en auténticas industrias políticas y se va consolidando una desgraciada casta de profesionales, cada vez más alejados/as de la sociedad de a pie y de sus problemas, los cuales no representan necesariamente a las personas particulares que les votaron sino fundamentalmente a las empresas e instituciones que sostienen ‘nanciera o publicitariamente su campaña política y la gestión de gobierno. La política devino en una “profesión” (en la que se hace “carrera”) al servicio de intereses particulares y de la propia salvación económica. El gobierno se transformó cada vez más en la implementación de estrategias para ganar las siguientes elecciones y seguir en el poder. Nadie pensó en lo común. Desde hace muchos años rige el sálvese quien pueda y como pueda.

De esta profesionalización de la política surgieron dos grupos: los/as ambiciosos/ as vendedores/as de promesas que halagan los oídos de los/as votantes/as – compradores/as- pasivos/as. Estos dos grupos se relacionan entre sí mediante una lógica capitalista, de mercado, en la que los/as representantes no se dirigen a los/as votantes como personas racionales, que piensan sobre sus necesidades y las posibles maneras de paliarlas, sino como simples consumidores/as a los/as que vender su producto. La persuasión sustituye a la deliberación, que sólo se podría dar en el plano horizontal, entre iguales. El “debate” político que llega a los/as votantes se encuentra plagado de simpli’caciones, maniqueísmo y hace gala de una falsa pluralidad. La libertad de elección es la misma libertad que tenemos ante un estante de supermercado: ¡elige producto, pero pasa por caja!

Bloody Sunday: como cada cuatro años…

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Las elecciones, esa “herramienta de participación en el proceso democrático”, ya están aquí. En esta ocasión son elecciones generales, nos toca elegir presidente/a, ahí es nada. Durante estos días nos invadirá la propaganda de los más diversos partidos políticos, en la calle, en el trabajo, en casa, sea donde sea allí estarán con sus promesas, sus argumentos de peso, sus sesudos análisis de la coyuntura económica y sus recetas pseudomilagrosas; todo para que les votemos, para que les demos un cheque en blanco para los próximos cuatro años. Y ahí estamos, en medio de este vendaval publicitario en el que nosotros/as somos meros votos potenciales, meras herramientas para llegar al poder. El debate sobre qué hacer está servido.

Nuestra opción la dejamos clara: la abstención es nuestra respuesta frente a la convocatoria de elecciones, no vamos a participar en el circo que se nos viene encima. Ante esta postura, ante la negativa de votar, surgen críticas, unas más razonables que otras: que el no voto de la clase obrera signi’ca permitir que la derecha más conservadora acceda al poder, que esto empeorará las cosas, se iniciará una persecución contra inmigrantes, se privatizarán la enseñanza y la sanidad, se perderán derechos laborales, hasta pondrán cruci’jos en el metro, y un sinfín más de realidades que sin dejar de ser importantes y seguro ciertas, no di’eren en exceso con la realidad que actualmente vivimos. Otras voces, a nuestro parecer menos oportunas, a’rman que quien no vota no se posiciona, que poco le importa el panorama político, que el no votar, el no emplear el método de participación política por excelencia, supone perder el derecho a la réplica, a quejarse, a manifestar el descontento. Negamos estas a’rmaciones, nosotros/as no entendemos la acción política como un derecho, sino como una necesidad. Los derechos van y vienen, se conceden y se rescinden, pero las necesidades nos son propias y sobre todo permanentes, por lo que no nos remitiremos a expresarlas sólo una vez cada cuatro años. Por ello a’rmamos que sin lugar a dudas nos interesa el panorama político, nos posicionamos como sujetos activos en su constante devenir, pues es de este panorama del que emanan la mayor parte de los problemas de nuestras vidas cotidianas, entiéndase paro, privatización, exclusión social, represión y es en el día a día cuando, desde la re4exión y la acción colectiva, pretendemos decidir, participar, incidir, cambiar, crear…

La abstención a su vez la entendemos como una herramienta de expresión de un descontento hacia la clase política y hacia sus privilegios, hacia su labor de marionetas de un poder que se alza incluso por encima de ellos/as mismos/as, pero del que sacan partido, convirtiéndose en verdugos de su pueblo. Tratamos de negar de esta forma un modo de hacer política que no es real, en donde se dejan al margen de nosotros/as mismos/as nuestras decisiones más cotidianas. No queremos permitir que la acción política continúe lejos de nosotros/as, que se pervierta, que nuestra capacidad de in4uencia quede relegada y condicionada a unas estructuras de poder con las que nunca rascaremos bola. No vamos a elegir entre programas electorales generales, entre el todo o nada, y menos aún vamos a con’ar en la supuesta diversidad de opciones. Nuestro día a día seguirá sin pertenecernos gane el partido que gane, nuestra rutina de trabajo-consumo-trabajo seguirá inalterable.

Acompañamos este acto de insumisión, con un interés por participar de la toma de decisiones de los aspectos cotidianos de nuestras vidas, queremos ser nosotros/as quienes las gestionemos y no relegar en otros/as esa responsabilidad, independientemente de las siglas que abracen o la ideología que les ampare. No deseamos ser gobernados/as, ni por unos/as ni por otros/as.

Obviamente no tenemos la ingenuidad de pensar que el porcentaje total de abstención se corresponde con personas que piensan como nosotros/as. Aún así no deja de ser signi’cativa esta tasa, pues es el re4ejo del descontento, de la desidia que genera en las personas el levantarse un domingo para acudir al colegio electoral, elegir la papeleta, entregarla con nuestro DNI y contemplar, desde casa, durante cuatro años el transcurso de las cosas, observar desde la tele o la prensa los problemas, los males y, de vez en cuando las alegrías, sin ser partícipe realmente de ellas. En resumidas cuentas nos negamos a ser meros/as espectadores/as.

Igualmente sabemos que la abstención no es ninguna fórmula mágica, que nada arregla como tal y que no se va a conseguir derrumbar el sistema con un acto tan simple, pero es nuestra opción política ante las elecciones: elegimos una respuesta colectiva de no participación en su pantomima y desde luego animamos a que más personas se sumen a ella. Claro está que al poder poco le importa que no vayamos a votar, más nos debe importar a nosotros/as, a nuestras conciencias: no queremos asumir una contradicción más de las que este sistema nos presenta. Negamos su forma de hacer política, pero somos realistas, la abstención solo es un paso más (ni el primero ni el último, y mucho menos el más importante) de una larga lucha por recuperar nuestras vidas. Es por ello que sólo entendemos la abstención si va acompañada de una lucha cotidiana, de un trabajo diario por intentar in4uir y cambiar las relaciones sociales que nos acompañan, una lucha que puede darse en muy diversos frentes, ninguno más importante que el resto, pero que es imprescindible si queremos cambiar algo.

La trama: ¿Igualdad política sin igualdad económica?

Estos últimos meses hemos experimentado cómo mucha gente hemos vuelto a pensar en colectivo y a preocuparnos por la política (entendida cómo el arte de solucionar los problemas colectivos, no cómo el circo mediatico de los políticos) y lo hemos hecho de la única forma que sabemos hacerlo los/as de abajo: de forma horizontal y asamblearia, descon’ando de los/as profesionales de la política. Sin embargo, mezclada con esta sana corriente asamblearia surgen discursos orientados a la reforma/mejora de la democracia (ley electoral, referéndums, listas abiertas, etc.).

La mayoría de las veces se da cobertura a estas ideas por una falta de análisis de la realidad, en otros casos se trata de simple oportunismo electoral por parte de aspirantes a político/a. Pero si queremos trabajar por un cambio social serio que mejore realmente nuestras condiciones de vida debemos ser especialmente críticos/as con nuestras propuestas y analizar si éstas están basadas en reformas que enmascaran y perpetuan el sistema vigente o si por el contrario atacan a la raíz de nuestros problemas.

Que el sistema democrático actual es más que de’ciente es un hecho incuestionable pero la verdadera pregunta es si existe la posibilidad de un sistema político justo bajo un sistema economico injusto, asesino y ecocida cómo el capitalismo. Nuestra respuesta es que no, que bajo cualquier tipo de sistema político, mientras exista el capitalismo no seremos dueños/as de nuestras vidas.

La democracia en la que vivimos lleva desde su nacimiento grabada en sus genes el capitalismo. La Revolución Francesa (acontecimiento que la historia o’cial presenta como la salida de una etapa histórica –el Antiguo Régimen- al brillante y justo mundo moderno, en el que la nación en su totalidad toma protagonismo y ejerce la soberanía) fue en realidad la pugna por el poder entre dos clases: (1) la dominante, la feudal, contra la nueva clase social, (2) la incipiente burguesía que ya se había hecho con el poder económico y perseguía el control político.

En España la democracia moderna (obviando las breves experiencias republicanas) llegó con la Transición (otra supuesta victoria para todos/as), momento en que la clase empresarial se deshizo de un régimen político (el franquismo) que le fue muy útil para aplastar a la poderosa clase obrera de principios de siglo pero que ya no era útil y le impedía integrarse en las estructuras capitalistas internacionales como la UE y la OTAN. Esta integración era absolutamente indispensable a partir de los años 1970, durante los cuales el capitalismo global empezó a dar su última gran vuelta de tuerca que iba a introducir la realidad globalizada que hoy padecemos.

Desde la llegada del binomio democracia-capitalismo las condiciones laborales y de vida, los lazos sociales, la solidaridad entre iguales y las organizaciones obreras no han hecho más que degenerarse, puesto que, al reducir la idea de “política” al idealizado y absurdo acto del voto, el interés por la misma desaparecía.

Últimamente se ha hecho aún más obvio que la política en democracia es un espectáculo más, igual que el fútbol o la prensa del corazón y que quien toma las decisiones está por encima de los/as “representantes” de la ciudadanía: “El 20 de noviembre, ahorrate intermediarios, vota Botín” rezaba sarcásticamente un cartel en las últimas convocatorias del movimiento 15M.

Como venimos observando, a la hora de encontrar “salidas” a la crisis, el capitalismo (o “los mercados”, como dicen los/as que tienen miedo de llamar a las cosas por su nombre) tiene herramientas de sobra para manejar gobiernos a su voluntad: lobbies, organizaciones internacionales/supranacionales (FMI, BM, OMC, Banco Central Europeo), medios de comunicación, inversión extranjera, etc.

La fortaleza del capitalismo, que cuenta tan sólo con unos pocos siglos de antigüedad, ha consistido siempre en su 4exibilidad o capacidad para adaptarse a distintos escenarios: dictadura, democracia o autarquía. Tras la Segunda Guerra Mundial nuestros/as abuelos/as sucumbieron a los cantos de sirena del Estado del bienestar. Ahora que somos mucho más débiles, precisamente porque nos han hecho perder gran parte de nuestro sentimiento de comunidad, de fuerza, cometeremos el mismo error si nos conformamos con cambiar de collar.

No podemos pensar en las elecciones o la reforma de la democracia como una forma de luchar contra el capital, ya que el aparato estatal ha sido en todas sus formas (feudal, dictatorial, sovietica, democrática) la herramienta de los/as poderosos/as para mantener sus privilegios. Cada vez que una lucha se desvía por caminos electoralistas pierde toda su fuerza. Por ejemplo, el antimilitarismo en luchas como el movimiento contra la guerra de Irak quedó en nada cuando el PSOE aprovechó para sacar un puñado de votos. Prueba de ello es que ahora no se dan esas movilizaciones contra la guerra de Afganistán o Libia, ejempli’cando la capacidad del actual sistema político de absorber aquellas propuestas que en mayor o en menor medida forman parte de su lógica, con el objetivo de sofocar las luchas y desviarlas hacia cauces institucionales, tornando nuestras reivindicaciones en concesiones y no en triunfos colectivos.

Miedo y asco en el colegio electoral

En época de elecciones los/as políticos/as pelean por la atención del/la ciudadano/a porque le necesitan en calidad de votante. Introduciendo nuestra papeleta en la urna renovamos la ficción del pacto social. Si bien la política que se haga en los cuatro años siguientes se llevará a cabo sin tener en cuenta a la inmensa mayoría de la sociedad, sobre sus cabezas y en contra de sus intereses, el momento de las elecciones generales y su repetición periódica es esencial para dotar de legitimidad al sistema representativo. El día de las elecciones –sólo ese día– el pueblo es realmente soberano. Ante esta situación nosotros/as tenemos muy claro qué hacer con esta soberanía: negarnos, así de claro, a seguir sustentando un sistema que necesita nuestra participación simbólica.

Llamamos a la abstención no porque consideremos que el reparto de escaños es injusto (esto es una evidencia), ni porque el Congreso sirve de pantalla de humo que esconde las verdaderas fuentes de poder en nuestra sociedad (que también), ni porque no nos creemos los programas electorales, que incluyen in’nidad de promesas pero que poco tienen que ver con las políticas que sufriremos en los cuatro años siguientes (otra evidencia). Todo esto son factores que cabrean a mucha gente, pero son síntomas, no la raíz de la cuestión. Nos abstenemos porque les negamos nuestra participación, y esto principalmente porque creemos en otra forma de hacer política. Si defendemos otra forma de hacer las cosas, asumamos las consecuencias y no nos contentemos con hacer de espectadores/as que cada cuatro años se convierten en árbitros con el poder de expulsar a uno/a de los protagonistas para poner a otro/a. Rechazamos ese rol, que supone entrar en un juego cuyas reglas vienen dictadas por otros/as. Aspiramos a expulsarlos/as a todos/as, derribar las porterías, cambiar las reglas y el terreno de juego.

El problema no es la mala gestión que hacen los/as políticos/as, el problema radica en el concepto mismo de la representación. A través del voto a unos/as representantes (que rara vez representarán nuestros intereses) alimentamos al sistema parlamentario a la vez que delegamos nuestra actividad política en una serie de tecnócratas de partido. Nuestra participación se reduce a acudir a las urnas cada cuatro años no ya para tomar decisiones acerca de asuntos que nos afectan, sino para elegir a quienes decidirán por nosotros/as; para elegir entre una aparente variedad de siglas, todas ellas agrupadas de manera más o menos reconocida bajo el marco del capitalismo y del respeto a sus reglas de juego. Se trata de una relación absolutamente unidireccional: desde las instituciones no se volverá a pedir la participación de la sociedad hasta la siguiente cita electoral. Los intereses que dicen representar los/as políticos/as difícilmente coincidirán con los nuestros y las decisiones adoptadas poco tendrán que ver con la palabrería hueca de los programas electorales.

Rechazamos esta forma de “participación”. Como seres racionales, y hartos/as,
como tanta gente, de esta manera de hacer política, decidimos conscientemente
ignorar sus convocatorias y tratar de recuperar nuestra propia capacidad de decisión y organización en el día a día, con nuestros/as compañeros/as y vecinos/as, en un plano de igualdad, humildemente y paso a paso. En los últimos meses en el hostil terreno de la macrociudad que habitamos se han visto innumerables ejemplos de la capacidad autoorganizativa, de la creatividad y de las múltiples formas de intervención que tenemos cuando nos juntamos para decidir y actuar en nuestro entorno. Autoformación a través de charlas, conferencias y universidades populares, la creación de estructuras de apoyo mutuo, tomas de espacios abandonados, denuncia social y resistencia a sus políticas, sus desalojos, sus redadas… Tomando consciencia de nuestras posibilidades se puede avanzar aquí y ahora, construir un entorno más de acorde con nuestras necesidades y nuestras aspiraciones: nadie como nosotros/as mismos/as para defender nuestros intereses. Si creemos en esta posibilidad rechacemos perpetuar aquello que no nos conviene: “si tenemos asambleas, ¿gobierno para qué?”

NO QUIERO PARTICIPAR

Me parece muy bien que mis ‘amigos’ de Facebook presuman aquí de sus lujuriantes querencias electorales y de los éxitos para los que se preparan. Pero no soporto la petulante estulticia de los alegatos contra la abstención. Quienes a edades provectas no se han dado cuenta de para qué sirven las elecciones y de lo que significan sus sacrificados líderes carismáticos -qué capacidad para combinar la estupidez y el vacío-, sus pulidos partidos y sus reconfortantes programas al menos deberían tener la prudencia de no molestar, por cortesía, a las gentes que, con su pobre cabeza, no quieren ni dioses ni amos, ni pastores ni rebaños”.

“Qué duro es tener que explicar que abstenerse no es desmovilizarse, de la misma suerte que votar ni es movilizarse ni acarrea ninguna acción, que no sea imaginaria, sobre el sistema que convoca, organiza y se beneficia de las elecciones”.

“Todos los manuales de Ciencia Política, sin excepción, explican que las elecciones configuran un procedimiento que facilita la integración de las personas en el sistema y el afianzamiento de un sentimiento de pertenencia en torno a aquél. Para eso se inventaron. La abstención, por lo demás, ni beneficia ni perjudica a los grandes partidos (a menos que, claro, queramos decir que quien no vota a un partido pequeño beneficia, indirecta y prosaicamente, a aquéllos). Aunque esto me importe poco, debo subrayar que lo que beneficia a los grandes partidos es el voto en blanco y aquel que se encamina a opciones que al cabo no consiguen representación. La alternativa, en fin, es la lucha, sin aguardar que nadie haga por nosotrxs lo que debemos hacer nosotrxs mismxs. Esa alternativa, ciertamente, ni es fácil ni garantiza nada. Es más ‘realista’, sin embargo, y a mi entender, que la que plantean quienes creen que esto es posible cambiarlo desde las instituciones (o quienes dicen querer combinar, siempre sin tino, la calle y el parlamento). Llevo cuarenta años certificando, cada cuatro, que esos otros ‘realismos’ suelen ser desmovilizadores, tanto más cuanto que quienes se nos ofrecen como nuestros liberadores no parecen tomar nota, o lo hacen retóricamente, de lo que significan la corrosión terminal del capitalismo y un colapso que se acerca a marchas forzadas. He pedido sin más, en fin, que no se demonice la abstención.

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DE LA INSUMISIÓN ELECTORAL A LA INSUMISIÓN AL CENSO

Cómo practicar el Des-censo electoral

En este apartado vamos a contar de una forma sencilla cómo practicar el Des-censo electoral.

El censo electoral es aquel que incluye a todas las personas a las que la actual legislación considera designables para constituir las mesas electorales si para ello son elegidas (mediante sorteo). En cada proceso electoral son llamadas unas 500.000 personas (entre titulares y suplentes). Cuando esta designación se produce es de obligado cumplimiento.

Como ya hemos explicado en otro apartado de este blog, el planteamiento de la campaña por el Des-censo consiste en abolir tal obligación practicando la insumisión mediante una campaña de desobediencia civil.

Así las cosas, dependiendo de en qué momento nos decidamos a practicar el Des-censo, tenemos dos caminos:

Comunicar previamente nuestro Des-censo electoral (la baja en el censo).
Comunicar nuestra desobediencia o insumisión tras la designación.

Comunicar la baja en el censo

Es el camino indicado para quienes tengan clara la cuestión antes de que se inicie el proceso electoral. El proceso es sencillo: se trata de comunicarle a la Oficina del Censo Electoral (la que corresponda) que hemos decidido darnos de baja en el censo. Para ello puede servir este modelo.

El texto hay que presentarlo por duplicado (quedándose con copia sellada del mismo), ya sea en la oficina del censo electoral de la provincia en la que estemos censadas, por correo certificado administrativo[1] o, y esta es la opción que recomendamos, en cualquiera de las entregas públicas que organizaremos para dar impulso a la campaña y cuyas fechas iremos comunicando.

La respuesta previsible (la que hasta ahora han llevado a cabo) consistirá en recibir una comunicación de dicha Oficina indicándonos que la inscripción en el censo es obligatoria y que ni podemos ni pueden darnos de baja en él. Como no supone desobediencia o incumplimiento, la comunicación de nuestra decisión no es sancionable.

No obstante, esta forma de proceder tiene varias “ventajas”. Por un lado, queda constancia escrita, antes de la designación para las mesas electorales, de que hemos formulado nuestra convicción y decisión de no formar parte de ellas y, no menos interesante, que iremos conociendo previamente cuántas personas desobedientes hay a esos nombramientos. Si aun así deciden mantenernos en el censo, podríamos ser designadas, y entonces pasaríamos a la siguiente fase: practicar la desobediencia a la designación, lo que explicamos en el siguiente apartado.
Comunicar nuestra desobediencia tras la designación

Son los pasos a seguir una vez la Junta Electoral de Zona nos haya comunicado que hemos sido designadas para forma parte (como titular o suplente) de la mesa electoral.
Advertencia previa: la desobediencia es un delito

Si has llegado hasta aquí probablemente ya lo sabrás, pero no está de más recordar que la insumisión al censo, como acto de desobediencia a la ley electoral que es, está considerada como un delito castigado con pena de prisión de tres meses a un año o multa de seis a veinticuatro meses. El importe de la multa no es fijo y depende tanto del número de días/multa a que te condenen como de nuestros ingresos, que se tienen en cuenta para fijar el “precio” de cada día/multa. Si no pagamos voluntariamente nos embargarán, y si no pueden embargarnos nos enviarán a la cárcel un día por cada dos cuotas de multa impagadas.

Aunque la aplicación de esta pena no es automática y depende de diversos factores (decisión política de los gobernantes, interpretación de la judicatura, presión social de las campañas desobedientes…), hay que tener claro que es un riesgo que asumimos con nuestra insumisión. Luego abordaremos más detenidamente las formas de hacer frente a esa posible sanción, pero por el momento debemos ser conscientes de que nos enfrentamos a ella. Hecha esta aclaración previa, veamos los pasos para practicar nuestra desobediencia al nombramiento.
Comunicación a la Junta de nuestra intención de desobedecer

Lo primero que hay que hacer es presentar ante la Junta Electoral de Zona un escrito en el que con anterioridad a la fecha de las elecciones comunicamos que no vamos a acudir. Puede servir como modelo el escrito que presentamos en Gasteiz, en el que le argumentábamos a la Junta Electoral de Zona por qué no teníamos que darles explicaciones detalladas de nuestros motivos. No obstante, en este enlace encontrarás otros escritos que también te pueden servir.
Respuesta de la Junta

Lo habitual es que una vez le hayamos presentado a la Junta Electoral de Zona el escrito donde manifestamos nuestra intención de no acudir a la constitución de la mesa para la que hemos sido designadas, la propia Junta nos remita un nuevo escrito en el que nos recuerde nuestra obligación, no reconozca como excusa admisible nuestro escrito y nos inste a acudir el día señalado a la constitución de la mesa, advirtiéndonos de que en caso contrario adoptará las medidas que considere oportunas. Este escrito lo recogemos, lo guardamos, pero no contestamos.
Día de las elecciones

Evidentemente, el día de marras no nos presentamos. Es poco probable, aunque en algún caso se ha dado, que tras nuestra ausencia la Junta Electoral decida que algún cuerpo policial realizando funciones de policía judicial acuda a casa a buscarnos. Aunque es muy poco probable que esto ocurra, conviene tenerlo presente; más que nada para pensar cómo actuaremos ante tal eventualidad: desde no estar en nuestro domicilio habitual hasta tener previsto una respuesta a adoptar por nuestro Grupo de Apoyo (ahora explicaremos qué es un Grupo de Apoyo y para qué sirve).
Nuestras herramientas: la campaña pública y el Grupo de Apoyo

Como pretendemos dejar claro en todo momento, la campaña por la abolición de la conscripción electoral, que denominamos insumisión al censo o Des-censo electoral, pretende ser una campaña pública y no una simple actitud personal. Para extender la insumisión al censo, es conveniente que la persona desobediente cuente con la implicación y el respaldo de un Grupo de Apoyo con el que llevar a cabo esas tareas. Detengámonos un momento a concretar estas dos ideas.
Campaña pública previa

Es una campaña pública porque para ir más allá de la actual situación, puntual y atomizada, de apostasía silenciosa, de desobediencia a la conscripción[2] electoral, que es lo que algunas personas insumisas al censo hemos venido practicando hasta ahora, lo que se pretende no es tanto reivindicar el derecho individual a no participar, sino desarrollar una campaña política, colectiva y permanente, que posibilite una reivindicación social más amplia.

Lo ideal sería que el crecimiento paulatino que fuese experimentando la insumisión al censo (pensad que en las últimas elecciones europeas hemos sido 12 quienes lo hemos hecho público, a diferencia de las anteriores en las que, a lo sumo, lo hizo una persona) posibilitara poner en marcha una campaña coordinada a nivel estatal. El planteamiento detallado de esa campaña podría ser el que se recoge en el documento apuntes para una posible campaña.

Mientras esto ocurre, allá donde alguien decida desobedecer, sí que se podría poner en marcha una campaña que ayude a socializar y politizar (en el buen sentido) su insumisión, lo que en cada caso deberá ajustarse a las condiciones y posibilidades de la región y de la persona insumisa. Las actuaciones previas al día de las elecciones (que podemos considerar mínimas) que sería bueno que se realizaran en todos los casos, podrían ser:

Elaboración de un escrito en el que anunciemos públicamente nuestra opción por el Des-censo electoral y donde recojamos las razones de nuestra insumisión al nombramiento. Para su redacción pueden servir los que presentamos las 12 desobedientes en las pasadas elecciones (lo encontraréis aquí).
Convocatoria de una rueda de prensa anterior a las elecciones, en la que, además del escrito que hemos comentado en el apartado anterior, se repartiera una fotocopia del escrito que para entonces ya habremos presentado a la Junta Electoral comunicando que no iremos. A quienes les desborde dar una rueda de prensa pueden optar por remitir una “Nota de prensa” a los medios, donde se detallen los hechos (incluido el escrito de razones comunicadas a la Junta Electoral).
Sería bueno que a través de este blog, del de Tortuga u otros que puedan ir apareciendo, nos pusiéramos en contacto para saber qué otras personas y en qué zonas se piensa practicar el Des-censo electoral en las elecciones que están por venir. Ello podría dar lugar a un refuerzo de nuestras actividades, posibilitar cierta coordinación, intercambio de información y apoyo mutuo de unas a otras. Por supuesto, podéis contar con nuestro apoyo.

Grupo de Apoyo

El Grupo de Apoyo es una herramienta de la que habitualmente se dotan las personas insumisas en las campañas públicas de desobediencia, principalmente cuando se pone el acento no tanto en la acción personal sino en la repercusión social de la misma, para lo que buscan la complicidad y apoyo de gente cercana.

El Grupo de Apoyo suele estar formado por personas amigas o allegadas, familiares, compañeras de estudio o de trabajo, compañeras de actividades sociales o políticas… Su función es tanto servir de apoyo a la persona insumisa en todo lo relacionado con su acto de desobediencia (apoyo tanto logístico como emocional), como ser el primer escalón de ampliación y socialización pública de la desobediencia. Del número de personas que formen el Grupo de Apoyo, de su dedicación a la tarea y de sus habilidades dependerá el tipo de campaña que cada quien pueda poner en marcha. Una de sus primeras funciones será conseguir una abogada o abogado de confianza dispuesta a implicarse en el caso desde el principio.

Es recomendable que el Grupo intente poner en marcha una campaña pública previa (esto vendrá condicionado por el momento en que la persona se decida a practicar el Des-censo y la rapidez con la que convoque su Grupo). También sería importante que para el día de las elecciones cada Grupo tuviera preestablecida una coordinación y forma de funcionar por si se da el improbable caso de que fueran a detener a la persona desobediente (avisar a la abogada, a los medios, encargarse de hacerle llegar lo necesario al sitio donde se le detenga, convocar una concentración ante el lugar de detención…), lo que aliviaría en gran medida la incertidumbre de la persona desobediente, al tiempo que aporta seguridad y calor humano.

Una cuestión que el Grupo deberá tener muy presente desde el principio es la económica. Tanto para hacer frente a los gastos de las campañas como para una posible multa, en caso de que se llegara a ello (y no hubiera otras opciones sustitutorias, que habría que ver y valorar), sería bueno aventurar posibles formas de recaudar fondos. La imaginación y las condiciones y características de cada Grupo marcarán esas vías de financiación (aquí recogeremos algunas ideas que se vayan currando en cada zona por si pueden servir de orientación en otras). También con esta cuestión se puede pensar que los mecanismos de financiación pueden plantearse como una forma más de darle publicidad y repercusión a nuestra desobediencia (por ejemplo, organizando conciertos, comidas populares, bonos de apoyo, sorteos, subastas de objetos donados, las clásicas pegatinas…).

La siguiente tarea del Grupo de Apoyo sería abordar todo lo relativo al posible juicio, lo que abordaremos de inmediato, cuando conozcamos en qué puede consistir el proceso judicial.
El proceso judicial

Ya hemos comentado que aunque la ley es muy clara al respecto (con el Des-censo electoral se comete un delito por el que se podría ser juzgada), cada caso es distinto, pues aquí entran las valoraciones políticas y jurídicas tanto del gobierno de turno como de las personas que componen las Juntas Electorales. Así, como podéis comprobar en el apartado de este blog Historia del Des-censo electoral, o como está ocurriendo con las 12 desobedientes a las elecciones europeas de mayo de 2014, la casuística es muy diversa, abarcando desde no pocos casos en los que no ha habido juicio ni proceso judicial previo, hasta otros en los que se ha pactado un juicio rápido o condenas de lo más variopintas (hasta ahora de carácter económico); sin olvidar los miles de casos de personas que no se han presentado a la mesa, algo que las Juntas conocen (y que la sociedad desconoce por no haberse hecho públicos) y que el poder político y judicial prefieren ignorar para que no trasciendan.

Supongamos, no obstante, que el proceso judicial va adelante. Los diferentes pasos que lleva el proceso, y una cierta orientación sobre los plazos, podéis encontrarlo en el documento Esquema actuación judicial. Cabe recordar dos cuestiones importantes: la conveniencia de contar con una abogada de confianza y el convencimiento de que la mejor forma de afrontar el proceso judicial es poner el acento en que sus distintos pasos (citaciones y comparecencias previas al juicio, propuesta de testigos, peritos y pruebas para el juicio, el propio juicio…) se conviertan en un altavoz de nuestras reivindicaciones (con concentraciones públicas, reparto de propaganda, peritos y testigos que sean personas conocidas y con discurso, organización de charlas o mesas redondas previas al juicio, convocatoria de movilización coincidiendo con el juicio, elaboración de artículos de opinión para los medios… cada cual según sus posibilidades, capacidades y habilidades).

Como una de las herramientas principales de un movimiento desobediente suele ser el apoyo mutuo, es seguro que a quienes les llegue el inicio del proceso judicial les será de mucha utilidad el documento Algunos apuntes para preparar la fase previa de un posible juicio, que encontraréis en el apartado Documentos y análisis de este blog.

[1] Se lleva el texto por duplicado más el sobre dirigido a la oficina del censo, pero sin cerrar el sobre. Correos comprueba que el original y la copia coinciden y nos sella la copia y envía la carta al destino.

[2] Obligación impuesta por el Estado.

https://descensoelectoral.wordpress.com/

EL PARLAMENTARISMO COMO DICTADURA POLÍTICA

El parlamentarismo es un sistema político dictatorial debido a que excluye a la sociedad de la participación política y por tanto de los procesos decisorios. El parlamento es en esencia un órgano de colaboración de clases que se encarga, por medio de elecciones periódicas, de legitimar el sistema de poder que representa el Estado. Así pues, el parlamento se encarga de ocultar las diferencias económicas y sociales bajo la igualdad jurídica y la  igualdad del voto de explotadores y explotados, al mismo tiempo que oculta la separación que existe entre la sociedad y esta institución en la medida en que la primera no participa en las labores parlamentarias.

El parlamento legitima al poder establecido para crear el debido consentimiento en la sociedad. Además de esto se limita a ratificar las decisiones del poder lo que demuestra que este último no reside en dicho órgano. Por el contrario nos encontramos con que las leyes que son aprobadas en el parlamento son redactadas en los despachos ministeriales de los altos funcionarios y de los asesores gubernamentales, por una elite que no sólo no ha sido elegida por nadie sino que ni tan siquiera da cuenta de sus decisiones ante la sociedad. De esta forma comprobamos que el politiqueo de los partidos únicamente es parte del circo mediático para entretener a las masas, embrutecerlas, enfrentarlas y ocultar así la verdadera realidad de que con el voto no deciden absolutamente nada.

Como consecuencia de lo anterior descubrimos que los políticos y los gobiernos pasan pero que el Estado, con su sistema de dominación parlamentarista y sus elites dirigentes, permanece. Y con este sistema de poder también permanecen las relaciones de explotación que le son inherentes, las mismas que a través del voto son legitimadas y confirmadas. De esta manera la clase sometida colabora con la clase dominante al proveerle de legitimidad, y con ello manifiesta su conformidad con las relaciones de explotación y de dominación que organizan el sistema de poder que la sojuzga. La clase oprimida, al actuar así, es al mismo tiempo víctima y verdugo de sí misma.

El Estado representa la gran cárcel que la elite del poder utiliza para controlar las necesidades, la vida y el futuro de la sociedad para, así, forzar su voluntad al obligarla a hacer lo que no desea. Esta elite la componen no sólo los altos funcionarios de los ministerios y los asesores gubernamentales, también los generales de los ejércitos, los jefes de los servicios secretos, los jueces, los mandos policiales, la patronal, los intelectuales, etc. Ellos son los dueños de la cárcel, las leyes son los muros que mantienen al pueblo en la cautividad y los políticos son sus carceleros. El parlamentarismo únicamente ofrece a la sociedad la ilusión de elegir periódicamente a sus carceleros. Decimos que ilusión porque la propaganda y la manipulación de las estructuras de dominación ideológica dirigen, y en última instancia determinan, su elección.

La naturaleza del sistema de dominación que representa el Estado ha permanecido intacta desde sus mismos orígenes, mientras que las formas que ha adoptado han variado según las circunstancias históricas, sociales, económicas, internacionales, etc. Por este motivo a lo largo de la historia se han sucedido diferentes tipos de regímenes políticos y formas de Estado: regímenes monárquicos y republicanos, absolutismo, parlamentarismo, totalitarismo, etc. El régimen parlamentario sólo es un momento organizativo estatal de la clase dominante. Su naturaleza autoritaria es idéntica a las de los restantes regímenes políticos de dominación. En este sentido puede afirmarse que cada régimen político persigue los mismos fines de dominación a través de procedimientos distintos.

En el contexto del sistema de poder que caracteriza al Estado parlamentarista los partidos políticos se presentan públicamente como candidatos para realizar reformas que hagan más confortable por dentro la cárcel en la que vive la sociedad. Pero reformar un sistema existencialmente opresivo y regresivo significa perfeccionarlo, y por tanto mejorar y hacer más eficaz la dominación sobre la clase sometida. Inevitablemente esto implica crear una sociedad compuesta por individuos hiperdominados, incapaces de nada por sí mismos, extremadamente deshumanizados, que lo esperan todo de las instituciones y del poder establecido. En última instancia significa que los esclavos amen las cadenas de su esclavitud. En lo que a todo esto respecta el parlamentarismo, por medio de las elecciones, ha conseguido un alto grado de consentimiento social a esta situación y que la sociedad vea como legítimo un orden de cosas en el que una minoría privilegiada impone su voluntad e intereses al resto. Todo esto puede resumirse en que la última esperanza que alberga la sociedad es la de aspirar a tener algún día unos amos justos. Pero la mera existencia de amos ya es de por sí una injusticia que tiene su origen en la falta de libertad e igualdad.

Los partidos políticos históricamente han demostrado que no son agentes del cambio, sino que por el contrario se han encargado de perpetuar la dominación mediante una administración mejorada de la misma. Así, en la medida en que su finalidad no es otra que la de gestionar las instituciones establecidas, o en su caso reformarlas para mejorarlas en su función dominadora, demuestran ser agentes de la reacción al operar como elementos conservadores del orden constituido. Por este motivo es habitual que en su afán de medrar y de rentabilizar electoralmente sus posibilidades de ascenso político no duden en desarrollar discursos políticos profundamente demagógicos, de manera que intentan captar parte del descontento y desencanto social para aumentar sus cuotas de poder. Este es el claro ejemplo de la izquierda que históricamente ha sido el pararrayos del sistema establecido al canalizar a los sectores más contestatarios y refractarios de la sociedad hacia las instituciones oficiales. Mediante esta estrategia el sistema ha aplacado las protestas sociales y cualquier veleidad rupturista que cuestione el sistema establecido, de tal modo que la izquierda siempre ha sido un carcelero eficaz que ha logrado abortar el más mínimo atisbo de revolución a través de la sumisión del voto.

Ante unos nuevos comicios electorales siempre vuelve la misma cháchara propagandística y los habituales discursos políticos cargados de demagogia. En el contexto social y político del Estado español estos discursos han alcanzado un nivel de toxicidad inusualmente nauseabundo que ha hecho que amplios sectores del radicalismo político hayan pasado a entrar en la órbita electoral de la socialdemocracia más recalcitrante, y que por tanto hayan pasado a formar parte del gran proceso de reorganización de la izquierda institucional puesto en marcha por el Estado y el Capital con el lanzamiento de Podemos, hoy Unidos Podemos.

La verborrea por momentos rimbombante y pretendidamente radical y rupturista que únicamente denota populismo, así como elevadas dosis de estulticia y demagogia, trata de encubrir una realidad por momentos aterradora como es la del nuevo partido de la izquierda encargado de defender a la patronal, a la banca, al ejército, a la policía y a la guardia civil. Es el partido cuyo líder máximo no duda en afirmar que son los empresarios (pequeños y medianos) los que sacan el país adelante, y no los millones de trabajadores que están empleados en unas inmisericordes condiciones de explotación. Un líder que no duda en reivindicar el patriotismo español y en dar vivas a la policía nacional, al ejército y a la guardia civil en sus mítines, al mismo tiempo que sus listas electorales están copadas por individuos tan inquietantes como el teniente general Julio Rodríguez, antiguo Jefe del Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) y colaborador de la CIA, o guardias civiles como Antonio Delgado, portavoz de la Asociación Unificada de Guardias Civiles. O que dirigentes como Jesús Montero, secretario general de Podemos Madrid y con un sueldo semejante al del presidente del gobierno, afirmen que los dueños del Banco Santander no son casta sino que forman parte de una cultura empresarial que quiere contribuir al bienestar social.

No es aceptable la complicidad y la colaboración con quienes pretenden refundar el capitalismo tratando de humanizarlo a través de medidas keynesianas y socialdemócratas que persiguen relanzarlo. Es el momento de denunciar y desenmascarar a quienes quieren ser burguesía de Estado, repartirse los cargos institucionales, las prebendas y demás privilegios con sus amigos y familiares, además de reforzar a las instituciones que mantienen y reproducen las relaciones de explotación y dominación vigentes. Son los nuevos carceleros que bajo una apariencia amigable y desenfadada no van a dudar en reformar el actual sistema de dominación para reorganizarlo y perfeccionarlo en una forma mucho más agresiva y brutal con vistas a satisfacer las ansias de poder y riqueza de altos funcionarios, empresarios, banqueros, militares, etc. Son, en definitiva, quienes llegado el momento no tardarán en aplicar las mismas medidas que hoy aplica Syriza en Grecia para convertirse así en cipayos de los poderes internacionales.

La respuesta popular a las elecciones, y más concretamente a ese engendro electoral del Estado y del Capital que representa Unidos Podemos, no puede ser otra que la abstención activa el día de las elecciones, lo que significa la propagación de la abstención en el resto de la sociedad. Pero además de esto es preciso el repudio público de este partido señalando los intereses a los que sirve verdaderamente y lo que pretende, y recordando a quienes le den su voto que obrando de este modo se hacen cómplices de la patronal, la banca, el ejército, la guardia civil y, en suma, de un sistema opresivo que, además, es esencialmente corrupto. Por todo esto se hace necesario romper las urnas que nos relegan a la permanente postración y en las que sólo se eligen los colores de las cadenas de nuestra esclavitud.

Cierto es aquel refrán que dice que no hay mayor ciego que el que no quiere ver. Pero si abrimos los ojos veremos que el lanzamiento de Podemos a la palestra política nacional lo hizo el capital financiero a través de su entramado mediático, y que contó con el apoyo inestimable de altos funcionarios además de mandos de las fuerzas armadas y represivas del Estado. Y hoy observamos cómo la derecha le está haciendo la campaña a este partido al delimitar la lucha electoral como una confrontación política exclusivamente entre el PP y Unidos Podemos. Todo esto da claras muestras de quién está detrás de un partido que en muy poco tiempo ha irrumpido en la política y ha logrado instalarse en los confortables sillones de las instituciones.

Pero la abstención no significa nada si no se combina con la igualmente necesaria autoorganización colectiva y la lucha para, así, proceder a la creación de espacios autogestionados al margen del control de las instituciones e introducir en la población aquellos valores e ideas dirigidas a crear las condiciones para lanzar la revolución social que ponga fin al Estado y al capitalismo para, de este modo, instaurar una sociedad sin clases

LA MAGIA DE LAS ELECCIONES

El arte de la magia ha fascinado a todas las personas desde la Antigüedad hasta nuestra época. Más allá del halo de misticismo en que suele mostrarse envuelta, la magia cuenta con un elemento esencial que es el que ha contribuido a alimentar esa fascinación que toda civilización ha compartido a lo largo de nuestra historia: la ilusión.

La ilusión, y por extensión toda práctica de ilusionismo, consiste en la percepción a través de los sentidos de un suceso que contradice las leyes naturales, nuestra experiencia o nuestra propia razón. Es la percepción de algo que no puede ser real, pero que sin embargo estamos viendo con nuestros propios ojos. Durante un espectáculo de magia, ese suceso (o efecto) nos produce una enorme fascinación; en primer lugar por hacernos sentir que lo imposible es posible, que ciertas certezas absolutas con las que vivimos a diario pueden desmoronarse con una facilidad pasmosa, lo que nos permite abrir nuestra imaginación hacia límites que jamás nos hubieramos planteado antes; y en segundo lugar porque nos activa la curiosidad innata que el ser humano tiene por tratar de comprender aquello a lo que no encuentra explicación posible.

Desde el punto de vista del mago, la ilusión se construye a través de una serie de mecanismos, o trucos, que harán posible el engaño óptico. Sin embargo, aunque esos mecanismos secretos suelen ser el objeto de toda curiosidad despertada por un efecto mágico, en realidad el elemento clave con el que cuenta el ilusionista no es otro que el control de la atención de su público. La magia, en efecto, consiste en conseguir centrar toda la atención allá donde al mago le interesa para impedir que podamos captar el mecanismo que produce el efecto. Pero bueno, os preguntaréis, ¿esto no iba de las elecciones?

Y así es. Esta breve introducción al mundo del ilusionismo nos va a servir para tratar de abordar la cuestión electoral desde una perspectiva algo más amplia de la habitual. Suponemos que a través de las elecciones es cómo podemos participar de la vida política, controlar a nuestros gobernantes, influir en la sociedad, etc, y sin embargo observamos que después de varias décadas de sufragios cada vez hay una mayor desafección política, a los gobernantes no se les puede controlar ni a través de la justicia, y más que influir en la sociedad, ésta literalmente nos aplasta. ¿Por qué entonces las elecciones no están sirviendo a su propósito? A través de la comparación con el mundo de la magia, trataremos de descifrar qué de ilusorio podrían tener las elecciones, qué mecanismos podrían operar en ellas, y qué conclusiones podríamos sacar de todo ello.

Como hemos visto, una ilusión nos presenta un suceso que ocurre de una determinada forma mientras que en el fondo sabemos que la realidad es muy diferente. Atendiendo a esta descripción, pensemos, ¿qué ilusiones podemos encontrar en el electoralismo? Es decir, ¿cuáles son esas maravillosas promesas que nos proporcionan las elecciones aunque sepamos que la realidad después se muestra bien diferente? Veámoslas con detalle.

La ilusión de la pluralidad

¿Representan las modernas democracias representativas la pluralidad de todo el espectro político? En realidad sólo generan la ilusión de que las diferentes opciones políticas pueden participar, pero están todas condicionadas. Están condicionadas por los requisitos de participación, están condicionadas también por la proporcionalidad matemática (la tramposa Ley d’Hont), y además, una vez establecido el gobierno, sólo la fuerza (sea única o en coalición) que obtenga algo más del 50% de los votos legislará y decidirá por todos, quedando así totalmente fuera de la aportación legislativa el resto de opciones minoritarias.

Aunque quizá sea peor todavía la falta de representatividad sobre la realidad social existente. Por muchos partidos que salieran, nunca habrán los suficientes para representar todos los espectros sociales. De la misma manera, al tratarse de un sistema fundamentado en mayorías, inevitablemente se está desechando toda la pluralidad y toda la capacidad de aportación política y social que podría emanar de la población misma. La realidad es que el sistema electoral nos excluye, nos obliga a tener que optar por la representación de unos programas políticos con los que nunca estaremos al 100% de acuerdo, lo que nos obliga a hacer una buena cantidad de concesiones tan sólo por poder “elegir al menos malo”.

La ilusión de la participación:

Siguiendo al hilo de lo anterior, aún cuando sea elegido un candidato con el que nos sintamos 100% representados (uno bueno de los que se dice que pertenecen al pueblo, que ha sido obrero toda la vida, que ha luchado en la calle, y que conoce nuestros problemas), en el momento de asumir el cargo político, tanto su perspectiva y su posibilidad de representar con fidelidad esa realidad de la que procede se verá alterada por completo. Y no es tanto por aquello que se dice sobre que el poder corrompe. Pues aún suponiendo un candidato incorruptible, desde el momento en que se tiene que enfrentar a un cargo de representación de una mayoría (que no representa a la totalidad de la realidad social que gobierna) dicho cargo le exigirá cumplir con una serie de atenciones a la población, de negociaciones, de presiones y de debates con otros cargos representativos, que lo alejarán irremediablemente de la perspectiva de su anterior vida como obrero, como vecino o como luchador. Su posición habrá dejado de ser la que tenía antes de ser elegido y cualquier decisión que tome ya no será como la persona que era antes, pues ya no llevará la vida del gobernado, ni sentirá tampoco las repercusiones que sus propias decisiones acarreen sobre la población, ni conocerá las necesidades, el día a día, ni lo que se siente siendo obrero o ciudadano bajo su mandato.

Sin embargo, la ilusión de la representación de la mayoría, que a sus propios ojos lo legitima para gobernar sobre todos, le convencerá de que sus decisiones serán siempre las mejores de entre todas las posibles. Y así hará lo posible por acatarlas, aún creyéndose realmente bondadoso, a través de los medios por los que la instituciones se valen para hacer cumplir sus leyes, es decir por la fuerza. Si no las cumples, serás castigado estés o no de acuerdo, y te represente realmente o no el gobernante que hace las leyes.

La ilusión de la participación:

Cuando a través de nuestro voto logramos cambiar unos gobernantes por otros, analizamos si el nuevo candidato será más o menos malo que el anterior, pero no nos paramos a pensar en lo perverso que hay por encima de esos candidatos, en lo perverso del sistema mismo, en lo perverso de las reglas del juego. Y se nos convence de que la única forma que existe de hacer política es votando a unos u otros. Se nos convence de que si no votamos, entonces no podemos hacer política. Y con tales premisas, repetidas una y otra vez hasta el hastío, es como de un plumazo se desvanece de nuestra propia concepción  de la realidad social toda opción alternativa de poder hacer política, cuando hay miles de formas para poder ejercerla, para poder influir en la sociedad, para poder construir sociedad, y para tomar decisiones propias y colectivas…

La ilusión del control ciudadano:

Otra ilusión muy extendida es que a través de nuestro voto podemos controlar a los políticos, pues si no cumplen la voluntad popular, entonces serán castigados en las próximas elecciones. Pero, ¿qué sucede durante esos cuatro años? Los gobernantes hacen y deshacen a placer sin que tengamos la posibilidad de intervenir en sus decisiones, en el dinero que manejan o en sus negociaciones, más allá de protestar y presionar en la calle. Si lo pensamos bien, más que controlarlos, son ellos los que nos controlan a nosotros a diario, a través de sus leyes, de sus medios de comunicación y a través de la acomodación que surge una vez que dichas leyes están instaladas. Incluso si lo pensamos un poco más todavía, el mismo hecho de votar es parte de esa acomodación y aceptación de las pocas reglas de participación política de las que disponemos,  lo que nos impide pensar en otras alternativas de organización social y, como consecuencia lógica, vuelve a suponer un modo más de controlarnos.

La ilusión del voto como derecho:

No es un derecho ejercer una acción que lo que hace es delegar todos tus derechos de participación social y política a otra persona. Más que un derecho es la cesión de tus derechos. Y hagas lo que hagas, votes o no votes, o votes a quien votes, la delegación de nuestros derechos se va a hacer efectiva y pasará a seguir formando parte del control del Estado. Esto convierte al voto justo en lo contrario que un derecho: lo convierte en una coacción.

Otra perspectiva es la que nos recuerda la importancia del voto en base a la cantidad de luchas que supuso conseguir instaurar unas elecciones democrácticas. Y más viniendo como venimos de una desgraciada y miserable dictadura. Durante el franquismo también existieron varios referendums, y eso no convirtió al voto en un derecho ya que pesaban sobre dichos procesos electorales enormes condicionantes. Sin embargo, a lo largo de este artículo, estamos desgranando la existencia también de múltiples condicionantes en los procesos electorales de las democracias representativas. Y son suficientes condicionantes como para hacernos dudar seriamente sobre la consideración del voto como de un derecho.

La ilusioón de la igualdad del votante:

Atendiendo a la lógica matemática de las elecciones, los sistemas de reparto de escaños y los porcentajes hacen que no valga lo mismo el voto de una persona que la de otra. Pero el problema es más profundo, pues en una sociedad que es injusta y desigual en muchos otros planos (económico, social, cultural…), el voto mismo se verá siempre condicionado, pues la desigualdad es previa al acto de votar. Para verlo con mayor claridad, podemos recurrir al ejemplo de los trabajadores por cuenta ajena de las grandes empresas que (amparadas por los poderes políticos) dominan el mercado laboral a través de monopolios, oligopolios, o a través del acaparamiento de medios de producción. Como dichos trabajadores mantienen una relación laboral de dependencia, su voto estará siempre fuertemente influenciado por los intereses de esos grandes capitales protegidos, de esos monopolios, terratenientes, etc, que les “aseguran” el trabajo sin el cual no podrían sobrevivir. Y así ocurre con cualquier tipo de relación coactiva o de dependencia. De esta forma, quienes ejercen la mayor parte del poder dominan también el discurso electoral, y por tanto influyen de forma decisiva ya no sólo sobre la orientación del voto si no incluso sobre los contenidos de los que habrán de tratar los distintos partidos políticos que se consoliden. De esta forma es como la desigualdad social existente se acaba transportando al propio acto electoral.

La ilusión del político:

A través de la lógica de las elecciones, tendemos a considerar a los candidatos que resultan del proceso electoral como los nuevos acaparadores del poder. Como si los gobernantes fueran la máxima autoridad y tan sólo de ellos dependiera toda la construcción del orden económico y social. Obviamos a través de tal ilusión la existencia de los lobbys y de las redes clientelares ya extendidas hasta la médula del sistema parlamentario. Quienes ocupen la gobernancia no tendrán más remedio que continuar recibiendo las presiones de esos lobbys, así como también descubrirán que la inmensa mayoría de las leyes están bien ancladas para perpetuar el sistema de dominación y privilegios, que hemos visto anteriormente como generador de desigualdades, lo cual le obliga al nuevo gobernante a participar sí o sí de ese clientelismo ya instaurado. Tan sólo en las parcelas que no interesen a los grandes capitales ni a los grupos de presión será en donde el gobernante podrá tener cierta libertad de legislación.

Tal es el poder del político.

La ilusión del ciudadanismo:

Esta ilusión trata sobre cómo las elecciones democráticas indirectas alteran nuestra propia subjetividad, nuestra percepción de nosotros mismos. A través de los distintos discursos acerca de las bondades del voto, del derecho consagrado que supone y de la más alta capacidad de participación que nos permite (aunque ya hemos visto que no se trata más que de meras ilusiones) se inserta la participación electoral dentro de la idea de lo que supone ser un buen ciudadano. Trabaja duro, no protestes, paga los impuestos, sigue la corriente, no cuestiones el funcionamiento de las cosas… ¡y vota! Este concepto instalado en el imaginario colectivo de lo que supone ser un buen ciudadano, y que no es más que la suma de comportamientos que colaboran con la continuación del orden impuesto, no sólo condicionan la imagen que tenemos de nosotros mismos o nuestros actos, si no que además genera la ilusión de que la democracia representativa, la delegación, la obediencia y la dejadez son inherentes al ser humano. Por tanto, refuerza la ilusión de que el voto es un noble y grandísimo valor humano, y una de las máximas aspiraciones que podemos alcanzar. Y, aunque es cierto que quizá sea preferible a otras formas de organización social anteriores, considerar la democracia representativa como la más sublime de las posibilidades nos impide pensar en otras opciones, en otras formas de organización, que podrían ofrecer solución a los problemas inherentes al actual sistema y que tanto sufrimiento están causando a la población en este tiempo. Pensar que los Estados Modernos y sus democracias representativas no acabarán nunca por hundirse y que nunca serán sustituidas por otras formas de organización política, al igual que ha pasado históricamente con anteriores civilizaciones, es una somera ingenuidad.

¿Y todo esto por qué? Volviendo al principio, como en todo espectáculo de magia, detrás de cada ilusión vislumbramos las distintas formas empleadas para desviar nuestra atención con el objeto de ocultar los distintos trucos y mecanismos que utiliza el ilusionista. Las elecciones no suponen más que una ilusión que, a poco que profundicemos sobre ella como acabamos de hacer, no resulta ser tal y como se nos muestra. ¿Por qué entonces cala en la población con tanta ceguera, hasta el punto de hacerle creer que tan sólo a través del voto está pudiendo ejercer una plena participación democrática? Aquí es donde interviene la habilidad y la capacidad del ilusionista, consiguiendo desviar nuestra atención hacia cuestiones como la ley d’hont, las circunscripciones, los distintos programas políticos, las coaliciones, la importancia de votar, el peligro de no participar… obligándonos a pensar que el secreto de la magia de las elecciones, de esa fascinación que nos invade cada cuatro años, está en esas cuestiones superficiales, y evitando habilidosamente que caigamos en la cuenta o que pensemos en los mecanismos con los que funciona realmente este sistema.

Más allá del efectista truco de magia que suponen las elecciones, más allá de lo que podáis disfrutar o sufrir participando o absteniéndose, no deberíamos olvidar nunca que las opciones y posibilidades de participación política, social y económica son muchas más. Que si queremos podemos intervenir de muchas otras maneras. Y que no todo depende de un día, ni de unas elecciones, ni de una acción concreta. Que nuestras posibilidades de aportación se suceden cada día, los 365 días del año, los 1460 días que conforman los cuatro años de cada legislatura, y no sólo un mísero día. Ahí es donde reside la verdadera participación, el genuino control del ciudadano, el legítimo ejercicio de nuestros derechos, nuestra lucha por la igualdad, y la auténtica construcción de nuestra sociedad, de nuestra forma de relacionarnos, de ayudarnos, de cooperar y de crecer juntos.

¿Y por qué íbamos a tomarnos tantas molestias si sólamente votando ya se ocupan otros por nosotros?

Pues porque cuando alguien tiene hambre, no es lo mismo crear la ilusión de un frugal banquete que después se desvanece, que elaborar con nuestro propio esfuerzo un plato de comida sabiendo que finalmente acabará en nuestra boca.

A LXS LIBERTARIXS ANTE LAS PRÓXIMAS ELECCIONES

Compañeras:

Sabemos que no son estos los mejores tiempos para la intervención  revolucionaria en la sociedad, al menos desde nuestro punto de vista, y sabemos que todos, individuos, grupos y organizaciones que se reclaman de la revolución social afrontamos muchos quehaceres más o menos urgentes, empezando por hacer frente a la represión que se abate contra muchxs compañerxs.

Sabemos que en el pasado, desde el ámbito libertario-anarquista-autónomo-antiautoritario se ha tratado el asunto electoral y nuestra contrapartida abstencionista desde la óptica de los sagrados principios, la repetición ritual de mantras y consignas muchas veces vacías de contenido –es decir, vacías de práctica – más como reafirmación tribal de la propia identidad que como un momento más de lucha real contra el sistema capitalista y su Estado.

De modo que ¿Una campaña abstencionista? ¿Una más?

Dejando a un lado que para nosotros la denuncia del sistema político que ampara y defiende la explotación capitalista, es decir del Estado democrático, debe ser una constante entre quienes aspiramos a una sociedad libre, encontramos suficientes razones más o menos “novedosas” que justifican que alcemos la voz públicamente evidenciando su función y llamando a la abstención masiva y consciente.

Tras el reflujo del último ciclo de luchas (el que se abrió con el quince eme de marras) y la ordenada entrada de parte del movimiento en el redil institucional, acompañados mansamente por algunos antiguos libertarios, las voces contra el sistema de representación institucional democrático han sido tímidas, dubitativas o directamente inexistentes. Pareciera que nos hubiéramos tragado el camelo de que lo que define el funcionamiento del sistema son las personas que ocupan determinadas posiciones clave, y no el sistema en sí: su estructura y su función, frente a las cuales ni la mejor de las voluntades puede nada.

Un análisis somero de la situación nos indica que, como tantas veces antes, el sistema encuentra su renuevo y su regeneración democrática entre su antigua oposición. El descrédito generalizado de la política institucional entre la gente de a pie viene a hallar solución de manos de la nueva política, sus nuevas caras y sus nuevos discursos que en un visto y no visto huelen ya a viejo.

El sistema capitalista en su aspecto económico, por su parte, parece recuperarse de su última crisis tras haber arrasado con todo lo prescindible. Esta recuperación sin embargo se construye con un empeoramiento atroz de las condiciones de vida de los explotados, situación que no se va a revertir. En este escenario, en el que la crisis capitalista ya crónica se sortea mediante aumento de la explotación y la exclusión de grandes masas obreras, las políticas aparentemente sociales de la nueva izquierda son plenamente funcionales para evitar y controlar los estallidos sociales. Estas políticas, lejos de trabajar al servicio de los de abajo, apuntalan un sistema en ruinas.

Son estas algunas de las razones que nos empujan a denunciar la democracia ahora, en el momento en que busca su justificación mediante las urnas. La farsa electoral es el momento en que el Estado democrático se justifica a sí mismo, mediante nuestra participación. Rechazar la participación en la farsa es negar la supuesta justificación que el Estado democrático, brazo armado del capitalismo depredador, pudiera tener o pedir de nuestra parte.

Pensamos igualmente que, en momentos en que la integración por la vía de la participación es un hecho, las prácticas y las ideas de ruptura y de negación de su sistema y de su mundo han de tener presencia real y masiva en la calle; empezando por la negación del momento álgido de legitimación estatal, las elecciones, mediante el boicot activo, consciente y masivo.

Por todo esto, y porque pensamos que la lucha abstencionista no es un simple ritual identitario sino que forma parte de las prácticas necesarias para poner fin a este mundo de miseria y muerte; que si bien la abstención electoral y la denuncia de la democracia son insuficientes son pasos indispensables en la consecución de un nuevo mundo, os llamamos a sumaros a la iniciativa que hemos puesto en marcha en este sentido, o a impulsar desde vuestro ámbito cuantas otras vayan en esta dirección.

Porque hay que dar la cara: abstención activa, consciente y masiva.

Sociedades de enemigos del Estado – Sociedades de amigas de la revolución.