NO QUIERO PARTICIPAR

Me parece muy bien que mis ‘amigos’ de Facebook presuman aquí de sus lujuriantes querencias electorales y de los éxitos para los que se preparan. Pero no soporto la petulante estulticia de los alegatos contra la abstención. Quienes a edades provectas no se han dado cuenta de para qué sirven las elecciones y de lo que significan sus sacrificados líderes carismáticos -qué capacidad para combinar la estupidez y el vacío-, sus pulidos partidos y sus reconfortantes programas al menos deberían tener la prudencia de no molestar, por cortesía, a las gentes que, con su pobre cabeza, no quieren ni dioses ni amos, ni pastores ni rebaños”.

“Qué duro es tener que explicar que abstenerse no es desmovilizarse, de la misma suerte que votar ni es movilizarse ni acarrea ninguna acción, que no sea imaginaria, sobre el sistema que convoca, organiza y se beneficia de las elecciones”.

“Todos los manuales de Ciencia Política, sin excepción, explican que las elecciones configuran un procedimiento que facilita la integración de las personas en el sistema y el afianzamiento de un sentimiento de pertenencia en torno a aquél. Para eso se inventaron. La abstención, por lo demás, ni beneficia ni perjudica a los grandes partidos (a menos que, claro, queramos decir que quien no vota a un partido pequeño beneficia, indirecta y prosaicamente, a aquéllos). Aunque esto me importe poco, debo subrayar que lo que beneficia a los grandes partidos es el voto en blanco y aquel que se encamina a opciones que al cabo no consiguen representación. La alternativa, en fin, es la lucha, sin aguardar que nadie haga por nosotrxs lo que debemos hacer nosotrxs mismxs. Esa alternativa, ciertamente, ni es fácil ni garantiza nada. Es más ‘realista’, sin embargo, y a mi entender, que la que plantean quienes creen que esto es posible cambiarlo desde las instituciones (o quienes dicen querer combinar, siempre sin tino, la calle y el parlamento). Llevo cuarenta años certificando, cada cuatro, que esos otros ‘realismos’ suelen ser desmovilizadores, tanto más cuanto que quienes se nos ofrecen como nuestros liberadores no parecen tomar nota, o lo hacen retóricamente, de lo que significan la corrosión terminal del capitalismo y un colapso que se acerca a marchas forzadas. He pedido sin más, en fin, que no se demonice la abstención.

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