Bloody Sunday: como cada cuatro años…

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Las elecciones, esa “herramienta de participación en el proceso democrático”, ya están aquí. En esta ocasión son elecciones generales, nos toca elegir presidente/a, ahí es nada. Durante estos días nos invadirá la propaganda de los más diversos partidos políticos, en la calle, en el trabajo, en casa, sea donde sea allí estarán con sus promesas, sus argumentos de peso, sus sesudos análisis de la coyuntura económica y sus recetas pseudomilagrosas; todo para que les votemos, para que les demos un cheque en blanco para los próximos cuatro años. Y ahí estamos, en medio de este vendaval publicitario en el que nosotros/as somos meros votos potenciales, meras herramientas para llegar al poder. El debate sobre qué hacer está servido.

Nuestra opción la dejamos clara: la abstención es nuestra respuesta frente a la convocatoria de elecciones, no vamos a participar en el circo que se nos viene encima. Ante esta postura, ante la negativa de votar, surgen críticas, unas más razonables que otras: que el no voto de la clase obrera signi’ca permitir que la derecha más conservadora acceda al poder, que esto empeorará las cosas, se iniciará una persecución contra inmigrantes, se privatizarán la enseñanza y la sanidad, se perderán derechos laborales, hasta pondrán cruci’jos en el metro, y un sinfín más de realidades que sin dejar de ser importantes y seguro ciertas, no di’eren en exceso con la realidad que actualmente vivimos. Otras voces, a nuestro parecer menos oportunas, a’rman que quien no vota no se posiciona, que poco le importa el panorama político, que el no votar, el no emplear el método de participación política por excelencia, supone perder el derecho a la réplica, a quejarse, a manifestar el descontento. Negamos estas a’rmaciones, nosotros/as no entendemos la acción política como un derecho, sino como una necesidad. Los derechos van y vienen, se conceden y se rescinden, pero las necesidades nos son propias y sobre todo permanentes, por lo que no nos remitiremos a expresarlas sólo una vez cada cuatro años. Por ello a’rmamos que sin lugar a dudas nos interesa el panorama político, nos posicionamos como sujetos activos en su constante devenir, pues es de este panorama del que emanan la mayor parte de los problemas de nuestras vidas cotidianas, entiéndase paro, privatización, exclusión social, represión y es en el día a día cuando, desde la re4exión y la acción colectiva, pretendemos decidir, participar, incidir, cambiar, crear…

La abstención a su vez la entendemos como una herramienta de expresión de un descontento hacia la clase política y hacia sus privilegios, hacia su labor de marionetas de un poder que se alza incluso por encima de ellos/as mismos/as, pero del que sacan partido, convirtiéndose en verdugos de su pueblo. Tratamos de negar de esta forma un modo de hacer política que no es real, en donde se dejan al margen de nosotros/as mismos/as nuestras decisiones más cotidianas. No queremos permitir que la acción política continúe lejos de nosotros/as, que se pervierta, que nuestra capacidad de in4uencia quede relegada y condicionada a unas estructuras de poder con las que nunca rascaremos bola. No vamos a elegir entre programas electorales generales, entre el todo o nada, y menos aún vamos a con’ar en la supuesta diversidad de opciones. Nuestro día a día seguirá sin pertenecernos gane el partido que gane, nuestra rutina de trabajo-consumo-trabajo seguirá inalterable.

Acompañamos este acto de insumisión, con un interés por participar de la toma de decisiones de los aspectos cotidianos de nuestras vidas, queremos ser nosotros/as quienes las gestionemos y no relegar en otros/as esa responsabilidad, independientemente de las siglas que abracen o la ideología que les ampare. No deseamos ser gobernados/as, ni por unos/as ni por otros/as.

Obviamente no tenemos la ingenuidad de pensar que el porcentaje total de abstención se corresponde con personas que piensan como nosotros/as. Aún así no deja de ser signi’cativa esta tasa, pues es el re4ejo del descontento, de la desidia que genera en las personas el levantarse un domingo para acudir al colegio electoral, elegir la papeleta, entregarla con nuestro DNI y contemplar, desde casa, durante cuatro años el transcurso de las cosas, observar desde la tele o la prensa los problemas, los males y, de vez en cuando las alegrías, sin ser partícipe realmente de ellas. En resumidas cuentas nos negamos a ser meros/as espectadores/as.

Igualmente sabemos que la abstención no es ninguna fórmula mágica, que nada arregla como tal y que no se va a conseguir derrumbar el sistema con un acto tan simple, pero es nuestra opción política ante las elecciones: elegimos una respuesta colectiva de no participación en su pantomima y desde luego animamos a que más personas se sumen a ella. Claro está que al poder poco le importa que no vayamos a votar, más nos debe importar a nosotros/as, a nuestras conciencias: no queremos asumir una contradicción más de las que este sistema nos presenta. Negamos su forma de hacer política, pero somos realistas, la abstención solo es un paso más (ni el primero ni el último, y mucho menos el más importante) de una larga lucha por recuperar nuestras vidas. Es por ello que sólo entendemos la abstención si va acompañada de una lucha cotidiana, de un trabajo diario por intentar in4uir y cambiar las relaciones sociales que nos acompañan, una lucha que puede darse en muy diversos frentes, ninguno más importante que el resto, pero que es imprescindible si queremos cambiar algo.